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Argumento:
Alemania es de los países que ha sabido mirar a su doloroso pasado reciente a través del cine con acierto. El nazismo ha propiciado en los últimos tiempos El hundimiento y Sophie Scholl: los últimos días. La partición del país y el dominio comunista de una de las mitades de Alemania dio pie a Good Bye, Lenin!. Ahora llega este otro potente film sobre Alemania del Este.
Georg Dreyman es un prestigioso escritor de la RDA. Aunque no simpatiza con el opresivo régimen comunista, es un ‘animal político’ que se les arregla para sobrevivir congraciándose con las autoridades, y no significándose demasiado. Así, se le permite cierto margen a la hora de expresarse, y no se le reprocha su amistad con algún elemento intelectual claramente disidente. Dreyman vive con la celebérrima actriz Christa-Maria Sieland, y cree estar lejos de la vigilancia de la Stasi, la policía secreta del ministerio del interior. En realidad un pez gordo comunista ha puesto los ojos en la hermosa Christa-Maria, y encarga al capitán Gerd Wiesler, de la Stasi, un estrecho seguimiento de ella y Dreyman, no porque le preocupe una posible actividad subversiva, sino porque desea a la actriz. Concienzudo funcionario capaz de descubrir traidores debajo de las piedras, Wiesler se aplica a la tarea, escuchando durante horas las conversaciones que retransmiten los micrófonos colocados en el apartamento de Dreyman.
El desconocido Florian Henckel von Donnersmarck orquesta una trama de alto interés dramático, donde el autocuestionamiento que Wiesler hace de su trabajo recuerda a los dilemas morales que planteaba Francis Ford Coppola en La conversación. Pero von Donnersmarck está lejos del mimetismo. El cineasta alemán sabe atrapar con la cámara el modo en que un régimen autoritario como el comunista limita la libertad de los ciudadanos, convenciéndoles incluso de que la poca que les queda es más que suficiente; aunque hay lugar para algún apunte de humorada negra –el inocente chiste sobre Honecker, que de pronto se transforma en espada de Damocles sobre un pobre hombrecillo–, dominan la atmósfera opresiva y la tragedia, que invitan a los personajes a preguntarse si pueden conformarse con el estado de las cosas, si han de rebelarse con las herramientas de las que cada uno dispone, o si se deben a un elemental instinto de supervivencia, que podría pasar por la traición.
Hay un magnífico sentido del ritmo, unas actuaciones sobrias pero muy sentidas. La partitura musical de Gabriel Yared ayuda, y la paleta de colores grises y pardos sirve bien para dibujar a un país triste. Y aunque todo el reparto brilla a un excelente nivel, es de justicia destacar el trabajo de Ulrich Mühe: desde el principio, con ese interrogatorio que abre el film, hasta la entrada en una librería después de la caída del muro, final sencillamente memorable, pasando por el clímax del registro en el apartamento del escritor.
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