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Argumento:
A grandes rasgos, lo que nos brinda WING AND… –dominada por un reparto coral lleno de jóvenes rostros, en el que destacan como sus mandos los veteranos Charles Bickfort, Don Ameche –sorprendentemente eficaz en su interpretación- y Dana Andrews. Los primeros momentos de la función estarán protagonizados por un veterano y alto mando -un Cedric Hardwickle que recrea el personaje con convicción digan de mejor causa-, quien explica en la reunión de alta seguridad –y con ella, el espectador ejerce como testigo de excepción-, el estado del ejército norteamericano – especialmente la marina- tras el bombardeo de Pearl Harbor. Ante la limitación que los americanos disponen, se plantea la posibilidad de utilizar el personal y las instalaciones que disponen en un portaviones, para con su utilización estratégica hacer ver a los nipones que disponen de más armamento y medios de los que inicialmente pensaban. En definitiva, se trata de poner en medio de una lucha de poderes la eterna guerra del gato y el ratón, que en la historia planteada fue el rasgo definitorio de la posteriormente conocida “Batalla de Midway”. En este sentido, una de las mayores virtudes que cuenta el film de Hathaway reside en el rasgo intimista que reviste todo su conjunto. Un elemento este que no le impide intercalar detalles y convenciones inherentes a este tipo de producciones –la foto de la novia que preside el pequeño rincón del camastro de un joven soldado, y que nos indicará que será uno de los finalmente fallecidos en la lucha-, aunque no es menos cierto que las intenciones de la película se centran en establecer una crónica en voz baja, procurando atender a la psicología de sus soldados, sus miedos y salidas de tono, o la genial idea de introducir un personaje que es un joven y atractivo actor de cine –Hallam Scott (el siempre infravalorado William Eythe)-, ofrecerá indudablemente por un lado un elementote singularidad e interés, mientras que de manera complementaria no hará más que rendir tributo a tantos hombres de cine que lucharon en la contienda –de hecho, tal sugerencia partió de la intención de su productor, Darryl F. Zanuck-.
A partir de estas premisas, el espectador pronto advertirá la incomodidad de los soldados, a los que se les ha ordenado que cuando se encuentren en sus vuelos con aparatos japoneses en modo alguno respondan su previsible ataque y, antes al contrario, procuren huir de estos. Evidentemente, una orden de estas características no es bien recibida por los soldados al mando, y es algo que tendrá su más alto elemento de tensión al recibir estos aviones un ataque nipón que llegará a derribar uno de los aviones americanos, impidiendo que sus tripulantes puedan salvar sus vidas –el breve fragmento en el que vemos como los pilotos intentan escapar del accidente, abriendo ya en el mar la lancha salvadora, mientras que uno de ellos intenta rescatar al piloto herido, y de nuevo una ráfaga de fuego enemigo los remate definitivamente, es realmente magnífico-. Tras este golpe contra la tripulación, el capitán Waddell (Bickford) anunciará finalmente a sus soldados las verdaderas razones por las que han tenido que actuar así, indicándoles cuales van a ser sus objetivos, ya en plena contienda bélica. La noticia será acogida con entusiasmo por los soldados; para ellos supone entrar en guerra y combatir con los nipones. Sin embargo, pronto advertirán que esos deseos y entusiasmos llevan muy dentro la previsible simiente de una tragedia, eso si, ofrecida para el triunfo de las tropas aliadas sobre las japonesas. Así pues, los mandos enviarán a luchar contra los portaviones que en gran número mantiene la armada japonesa, faceta en la cual han advertido a los soldados del enorme riesgo que tiene la misión. Estos la asumen con optimismo, pero muy pronto se darán cuenta de que están viviendo un auténtico infierno, siendo constantes las bajas.
En este contexto, Hathaway tiene la brillante idea de mostrar el impacto de la infernal batalla, no solo desde los puntos directos en el aire y el agua sino, sobre todo, planteando una larga y angustiosa secuencia, desarrollada y montada dentro de las diferentes dependencias del portaviones protagonista, y en donde gracias a la conexión con las ondas de radio provenientes de los aviones, todo el personal de la nave asistirá conmocionado a un relato que no llegan a observar físicamente, pero sí sienten con una cercanía casi dolorosa. Toda una lección de aplicación del off narrativo, que definitivamente eleva el mediano interés que hasta entonces ha definido la película. Y es que una vez se produce el retorno de los aviones supervivientes, se plantea sobre todo la desaparición del que portaba Scott, y en donde se encontraba el pequeño Beezy (Richard Jaeckel). Ello nos llevará a estos perdidos aviadores, que desconocen en su huída el actual estado de la operación, y que reflexionan –otro de los tripulantes ha muerto-, ante la previsible inminencia de sus muertes, que solo podrían intentar solventar al conectar la radio, rompiendo con ello una orden rigurosa. La breve secuencia es magnífica, en la medida que nos transmite al mismo tiempo esperanza y desolación, una dualidad de sentimientos que tendrán en el portaviones los que escuchen los ruidos del avión, pero que tampoco desean romper la orden de levantamiento, al objeto de no ser atacados por los japoneses. Nuevamente en off, escucharemos los últimos ruidos del aparato y su caída al agua, presumiendo que sus ocupantes han muerto en la caída.
Pese al acatamiento de las órdenes, un sentimiento de malestar e impotencia recae sobre Wadell, quien intentará explicar a sus súbditos que en la guerra no hay amigos, y que en ocasiones por dejar morir a unas pocas personas, se pueden salvar muchas vidas. Sin embargo, en medio de una tensión que no tiene visos de remitir, informan a los allí presente que han podido rescatar vivos a Scott y Veis. Un soplo de cierto optimismo registrará el sentimiento humano de este portaviones, representando el triunfo contra los japoneses en Midway, y en el que Hathaway dio vida un producto convencional y atractivo a partes iguales, que sin duda no cabe situar entre lo más valioso de su trayectoria pero que, eso sí, aporta en su interior dos fragmentos del más alto nivel.
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