|
|
|
|
Argumento:
“¡Todos para uno… y uno para todos!”… “¡y todos para Fairbanks!”, podría añadirse como colofón a una gran producción del director Fred Niblo que significó la consagración definitiva de Douglas Fairbanks como uno de los héroes de aventuras clásicos del cine mudo, junto a Rodolfo Valentino (que ese mismo año se graduaba de forma similar en los “Cuatro Jinetes del Apocalipsis” y en “El Sheik) y a Ramón Novarro (quien aún debería esperar hasta 1923 para acreditarse en “Scaramouche”), los otros dos galanes de los años 20’.
Fairbanks ya estaba bastante curtido cuando comenzó el rodaje de “Los Tres Mosqueteros”, obra en la que parecería que todo funcionaba a su alrededor, como si el destino hubiera determinado que todo jugara a su favor. Como en el caso del Zorro, el D’artagnan de Fairbanks es un hombrecillo que sale victorioso en todas las vicisitudes, saliéndose con la suya cuando desafía a todo aquél que aparentemente se burla de él. Está resuelto a enfrentarse a tres mosqueteros a la vez (sus futuros compañeros), pero no duda en aliarse a ellos para combatir a los alabarderos del cardenal y al final, terminar salvando a sus nuevos amigos. La suerte le sonríe cuando cae en sus manos el moño de lana de su futura conquista amorosa, la cautivadora Constance. Cuando los esbirros de Richelieu están a punto de matarlo, ensalza al cardenal, quien más vanidoso que nadie, pierde la gran oportunidad de deshacerse del fastidioso aventurero, el cual es capaz después de burlar a toda la seguridad del funcionario. Sus coqueteos a Milady de Winter son determinantes para burlarla y llegar primero a Buckingham (a quien le inspira todas las simpatías). Hasta el mismo Luis XIII se rinde a sus encantos: lejos de irritarse por su torpeza e ignorancia de las reglas de etiqueta frente a la realeza, se entretiene con él y le brinda su confianza. Y ante la Reina, queda como su salvador. En resumen, todos trabajan para Fairbanks… y uno llegaría a pensar si cuando Dumas escribió su novela en el siglo XIX, no tenía ya en mente que algún actor se apropiara como ningún otro ser humano del cálido protagonista.
|
|