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Argumento:
Un grupo de ladrones, pobres diablos, idean un plan para robar un banco: un butrón a perpetrar desde el local de al lado, donde han montado un negocio tapadera. Pero ocurre lo inesperado: las galletas que venden en su chiringuito resultan un éxito arrollador, que les vuelve multimillonarios.
Woody Allen vuelve a redescubrirse a sí mismo. Increíble la capacidad creadora del neoyorkino, que año tras año acude puntual a su cita con los espectadores, ofreciendo una nueva película. A veces mejor (la que nos ocupa es divertidísima, a la altura de Misterioso asesinato en Manhattan), otras veces menos; aunque lo indudable es que Allen nunca defrauda, siempre da algo que tiene interés.
Uno de los aciertos de Allen es el reparto. Aquí es magnífica la elección de Tracey Ullman en el personaje de su esposa, y el de Hugh Grant como maestro de buenos modales. Por cierto, viendo el final del film nos surge la cuestión: ¿se nos habrá vuelto romántico y optimista el pequeño Woody? No estaría nada mal.
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