Don Quijote de Orson Welles

-        Año: 1992


Cartel
Argumento:

En algún lugar del planeta, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un director de cine que deseaba hacer películas. Aunque su primer film, Ciudadano Kane, había deslumbrado al mundo, el camino de la realización, lejos de quedar allanado, se le hizo cuesta arriba. Se creó fama de dominante, excéntrico, amante de rarezas y poco disciplinado; y su obra se consideraba minoritaria. Las posibilidades de dirigir disminuían, hasta el punto de que para costearse sus proyectos, aceptó pequeños papeles en películas que le interesaban bien poco. Cada muchos años dirigía algún film, cuando conseguía financiación; y, a la vez, con el dinero de que disponía, rodaba fragmentos de obras muy personales. Una de estas era Don Quijote (1992) que, comenzada en 1957, quedó inacabada. Siete años después de su muerte, en 1992, se presentó un montaje con el material rodado. El nombre del director era Orson Welles.

El film rezuma la fuerza de su director, pero hay que considerarlo como lo que es: un film sin terminar; y quedarnos con las ganas de lo que podía haber sido: una obra maestra. Claro esto, hay que señalar una inteligente decisión de Welles en la concepción de su película: sitúa al caballero andante y su escudero en la época actúal. Esto, que podría considerarse una decisión caprichosa, o dictada por las precarias condiciones económicas del rodaje, sirve para mostrar la universalidad de los tipos de don Quijote y Sancho, que siguen cabalgando a lo largo de todos los tiempos... y la del mismo relato de Cervantes, de quien toma relevo el propio Welles como cronista, que con su cámara quiere filmar las ingeniosas aventuras de pareja de tan gran fama.

El montaje de Patxi Irigoyen y Jesús Franco, meritorio, sirve para recuperar un precioso material de Welles. Inicialmente, la acción transcurre en un escenario campestre, que podría corresponder casi siempre a cualquier época; es a partir de cierto momento, en que caballero y escudero se separan, cuando la película pierde un tanto su ritmo; la visión de Sancho Panza recorriendo las calles de Pamplona, en pleno San Fermín, preguntando por una cajita que tiene imágenes y hace ruido –la televisión– llega a agotar. En cualquier caso, las andanzas de don Quijote y Sancho –muy bien encarnados por Francisco Regueira y Akim Tamiroff, que dan con los tipos imaginados por Cervantes– se siguen con interés, gracias en gran parte a los maravillosos diálogos que mantienen, traslucidores de un idealismo y pragmatismo, que ambos irán poco a poco intercambiándose. La fotografía en blanco y negro, muy contrastada, da a algunas de las imágenes un tono de aguafuerte muy atractivo. Y momentos tan conocidos como el del ataque a los molinos de viento, se resuelven con una admirable planificación.


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