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Argumento:
La película se inicia con tres hombres que se dirigen a la costa oeste a ver el océano por primera vez en sus vidas: el meditabundo e introvertido Harry Collings, el veterano Arch Harris y el joven Dan Griffen. Los problemas empiezan cuando a su llegada a un pequeño pueblo, unos hombres matan a Griffen. En venganza sus dos amigos dejan inválido al responsable y huyen. Pero entonces la película da un inesperado giro, puesto que Collings decide volver a casa de su mujer en vez de viajar hasta la costa oeste. A su llegada a la granja se encuentra con su esposa e hija a las que abandonó años atrás, y le pide a su mujer una segunda oportunidad trabajando un tiempo como jornalero.
Hombre sin Fronteras se adscribe en la tendencia de esos westerns casi existencialistas de la época, como aquellos que realizó también con un presupuesto ínfimo Monte Hellman en colaboración con un por entonces desconocido Jack Nicholson. Pero a diferencia de películas mucho más interesantes como Forajidos Salvajes (1965), el debut en solitario de Peter Fonda me da la sensación de ser una obra que pretende transmitir una profundidad que no tiene. Su protagonista, interpretado por él mismo, parece más ensimismado que atormentado, y a la práctica uno no puede evitar simpatizar más con su compañero Arch, encarnado por un mucho más solvente Warren Oates.
Pero si algo no se le puede achacar a la película, es que su factura visual es impecable, con un trabajo de fotografía soberbio (obra del húngaro Vilmos Zsigmond, que a partir de entonces se labraría una importante carrera) acompañado de una muy adecuada banda sonora de Bruce Langhorne de tintes western, pero acentuando ese tono melancólico que precisa la cinta. Ese estilo tan melancólico y contemplativo es lo más destacable de la película, y si bien tengo la sensación de que Fonda se apoya mucho en lo visual para compensar las carencias de la historia, es innegable que le da al film un estilo propio que lo diferencia de la mayoría de westerns de la época.
El punto flojo es indudablemente el guión, basado en una historia demasiado simple y rutinaria sobre un personaje que vuelve a su hogar en busca del perdón. La película no es de esas que busque profundizar especialmente en la psicología de sus protagonistas y eso hace que este segmento, que acaba siendo el corpus del metraje, se haga algo pesado. En ese sentido, Hellman era más hábil abordando historias casi minimalistas que encajan mejor con este tipo de westerns.
Resulta curioso por otro lado comparar los proyectos que realizó cada miembro de la pareja de Easy Rider por separado: si Hombre sin Fronteras es un film lento y contemplativo, La Última Película es en cambio una obra desbordante (y desbordada) de ideas, como si Hopper quisiera tener mucho que contar y no supiera cómo canalizar su creatividad. Fonda en cambio parece quedarse corto a nivel de contenido y nos deja un tanto a medias.
Tanto una como otra fueron sendos fracasos de taquilla que acabaron con la presunta prometedora carrera de estos dos cineastas de la contracultura. Ambas se convirtieron en obras de culto casi inencontrables durante décadas hasta que fueron reivindicadas. En el caso que nos ocupa uno de los grandes defensores de Hombres sin Fronteras es, cómo no, Martin Scorsese, tan gran director como cinéfilo e infatigable recuperador de películas semiolvidadas del pasado. Puede que el film de Peter Fonda no sea una obra maestra por descubrir, pero sí que es una película muy interesante que revela a un cineasta con mucha sensibilidad tras las cámaras que quizá de haberse forjado una carrera más estable habría podido ofrecernos algún film más redondo.
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