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Argumento:
Siglo IV. Hipatia de Alejandría, hija de Teón –el director de la Biblioteca– dirige una escuela filosófica donde imparte clases de esta disciplina, de matemáticas y de astronomía. Mujer brillante y entregada a la ciencia, por la que ha renunciado a casarse, le toca vivir una época convulsa. El imperio romano da signos de decadencia, la religión pagana va a menos, y en cambio ha surgido un pujante cristianismo, que ya no sufre la persecución de antaño. En tal tesitura la escuela de Hipatia es un remanso de paz, allí tiene estudiantes cristianos y no cristianos, y a lo que se dedican es a cultivar el saber, y a formarse para ser parte de la elite en un futuro próximo. Pero a la filósofa le han salido dos admiradores. Su discípulo y amigo Orestes, y el esclavo Davo.
Alejandro Amenábar concibe su historia –basada en hechos históricos, pero con elementos de ficción– en dos actos separados por la segunda destrucción de la Biblioteca de Alejandría; de modo que la segunda parte mostraría cómo los distintos personajes alcanzan la posición que va a sellar el trágico destino de Hipatia. En términos de concepción, Ágora es una obra muy ambiciosa que no acaba de funcionar. Siguiendo los pasos de su muy admirado Stanley Kubrick en Espartaco, el director quiere conjugar una gran historia de época, con una trama dramática de personajes e ideas. Y algo chirría en la alternancia entre esos magníficos planos generales de la ciudad en todo su esplendor, perspectivas planetarias y planos cenitales, con las cuitas de Hipatia y compañía. Otro problema que presenta el guión de Amenábar y Mateo Gil es la no-evolución del personaje de Hipatia, quien permanece sabia y sin crecer durante todo el metraje, impertérrita ante los avances amorosos, lo que se trata de subsanar con la subtrama de sus estudios astronómicos, bien resuelta visualmente, pero metida un poquito ‘con calzador’, incluido el personaje de un esclavo testigo de sus descubrimientos, que se limita a asentir al entusiasmo de su ama.
El director, dentro de su opción de cine comercial con contenido, sigue su línea de cuestionamiento del cristianismo, iniciada en Los otros con suavidad, y continuada de modo más agresivo en Mar adentro. Aquí recupera las formas suaves, su forma de tratar la compleja situación del cristianismo del siglo IV en Alejandría podría describirse como “mano de hierro en guante de terciopelo”. De modo que se alude a lo que puede resultar de atractivo en la fe –Cristo y sus bienaventuranzas, la caridad con los necesitados, el perdón...–, pero poniendo el foco sobre todo en lo que puede degenerar en fanatismo violento y lucha por el poder. En tal sentido queda especialmente mal parado el santo Cirilo de Alejandría. Pero también son cuestionables Orestes, con su cristianismo pragmático algo cínico, y el obispo Sinesio, que invita a Hipatia a bautizarse porque ella ya en el fondo es cristiana, aunque no crea. Por contraste, la inmaculada ciencia parece la solución a todos los problemas, la única capaz de dar acceso a la verdad. En tal sentido, se obvian las manipulaciones que pueden hacerse en nombre de ella.
Es de aplaudir el esfuerzo de producción, la realización de una película de gran presupuesto y digna, algo no tan frecuente en el cine español. El propósito del diseño de producción, independientemente de alguna fantasía en el vestuario, es acentuar el realismo, también con la paleta de colores, que recuerda, y mucho, a la de La Pasión de Cristo. Incluso ese exceso de planos cenitales y miradas desde el espacio exterior parecen remitir al famoso plano de la lágrima-gota de lluvia cuando muere Jesús en la cruz, aunque con una idea completamente diferente, la de subrayar la insignificancia del ser humano frente al conjunto del universo.
Toma una postura valiente Amenábar cuando apuesta por retratar a un personaje, Hipatia, que ha decidido vivir virgen por un gran ideal, su dedicación a la ciencia. En una sociedad hipersexualizada, donde tantos parecen vivir por y para el sexo, mostrar tal opción y no ridiculizarla tiene su mérito. Sobre el reparto, decir que hay un acierto en los actores, empezando por Rachel Weisz, pero que el film no se presta para su lucimiento, porque sobran ideas y faltan emociones. El que más difícil lo tiene es Max Minghella, pues su Davo evoluciona de un modo poco claro, aunque esa falta de nitidez se justifique por la confluencia de múltiples sentimientos contrapuestos.
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