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Argumento:
Los que en un principio parece un western más sobre cazadores se va conviertiendo en un relato claustrofóbico que expone sin concesiones lo peor y lo mejor del ser humano con un muy leve poso de esperanza. Mientras parece muy claro que Charley y Sandy, a los que une la necesidad imperiosa de sobrevivir en un mundo cada vez más cambiante, son totalmente opuestos desde el primer momento en el que se encuentran —en el que Charley salva aparentemente la vida de Sandy—, el conflicto se acrecenta cuando un personaje femenino —una india a la que da vida Debra Paget, un poco por debajo de sus compañeros de reparto— entra en escena, representando los intereses de ambos personajes, uno porque se enamora de ella y otro que la hace suya por satisfacer su ego. Atención al instante en el que Granger, celoso de Charley, escucha de fondo una conversación entre sus dos acompañantes —un Russ Tamblyn entregado aunque el personaje es un poco ridículo, y un genial Lloyd Nolan— en la que uno le pregunta a otro si ha visto a alguien tan rápido con el revolver como Charley obteniendo como respuesta un terrible no. En ese momento el espectador sabe, al igual que Sandy, que este tarde o temprano tendrá que enfrentarse con Charley.
Es en ese trágicamente demorado enfrentamiento final donde ‘La última cacería’ alcanza sus cotas más altas, dejando aparcada su clara denuncia contra la matanza indsicriminada de animales, y sumergiéndose en los terrenos del western psicológico tan de moda en aquellos años, al mismo tiempo que acaricia el cine fantástico. Así lo indica a mi aparecer ese espléndido tramo final, de atmósfera fantasmagórica —una casi infernal nieve baña esos momentos— en la que lo que parece un castigo divino —una piel de búfalo blanco es el mcguffin al respecto— termina por inclinar la balanza hacia una de las dos caras de la misma moneda representada en los dos personajes principales. Charley representa lo peor del hombre, falsamente educado, ignorante y peligroso; y Sandy es la madurez, el haber comprendido esa parte que todo ser humano posee y se debe vencer. Brooks lo muestra poco a poco y mostrando en ambos una zona de grises en las que no son ni buenos ni malos.
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